Uno debería estar preparado para reírse siempre y por cualquier cosa;
por algo será que las estatuas de Buda sonríen y las caras de los
santos cristianos están cubiertas de lágrimas. Si los hombres
sonrieran más a menudo quizá hubiese menos guerras. Llevo ya tres
semanas paseando por Amsterdam; me empeño en no retener los nombres
de las calles, no pregunto qué edificio es
éste
o aquél, adonde va este o aquel barco ni de dónde viene, no leo los
periódicos para no enterarme de que la "última noticia"
es algo que lleva milenios sucediendo. Vivo en una casa donde todo me
es extraño, y seré casi el único particular al que conozco. Hace
ya tiempo que he desistido de averiguar para qué sirven los objetos
que se presentan ante mis ojos —¡no sirven en absoluto, sólo
hacen servir!—. ¿Y por qué hago todo esto?. Porque estoy harto de
seguir trenzando la rancia coleta de la cultura, primero la paz para
preparar la guerra, luego la guerra para reconquistar la paz, etc.;
porque quiero ver ante mí, al igual que Gaspar Hauser, una tierra
nueva, totalmente desconocida; quiero aprender a maravillarme de una
forma distinta, parecida a la de un crío que en una noche se
transformase en un hombre maduro; porque quiero convertirme en un
"punto final" en vez de ser eternamente una "coma".
Renuncio a la "herencia espiritual" de mis antepasados en
beneficio del Estado. Prefiero aprender a ver las viejas formas con
ojos nuevos en lugar de mirar, como hasta ahora, las formas nuevas
con viejos ojos, tal vez adquieran así la juventud eterna. El primer
paso que he dado ha sido bueno, pero todavía me falta saber sonreir
por todo, en vez de sorprenderme solamente»
«Es
más difícil ser capaz de sonreír constantemente que encontrar
entre las innumerables tumbas de la tierra la calavera que uno llevó
sobre los hombros en una vida anterior. Para saber mirar el mundo con
ojos nuevos y sonriendo, el hombre tendrá que perder los viejos a
fuerza de llanto. Por muy difícil que sea, hay que buscar la
calavera»
Gustav Meyrink - El rostro verde
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